domingo, 3 de junio de 2012

Ausencia de puta








    ¿Cuántas veces puede pasar un hombre por la trilladora y conservar la sangre, el sol estival dentro de la cabeza? ¿Cuántas celdas chungas, cuántas malas mujeres, cuántos cánceres diversos, cuántos pinchazos de rueda, cuántos tal o cual o tal o cual o tal?
(Bukowski)



Líneas en la cabeza, fogonazos; cinco, once, siete, dieciocho. Francisco sigue encerrado; le golpeé la puerta y no me abrió, ¿estará muerto?
En este lugar todos los días muere alguno; no me sé los nombres porque el único que me importa es Francisco, y recordarlos me sacaría espacio para él.
Ayer murió uno petiso, que tenía los ojos como carozos de aceituna; dijeron que se quedó dormido a las once de la mañana y desapareció. No sé más; tengo que atender lo de Francisco.
Tachar. Esa es la acción. El movimiento dentro de mi cabeza es como si estuvieran tachando de izquierda a derecha rápidamente; no llego a darme bien cuenta del movimiento exacto pero creo que es así.
Se enojó cuando le dije que no era nada del otro mundo eso de cojer; si se viera la cara fuera de ese momento y escuchara sus gritos apagados me entendería. Sos desapasionada, no deberías hacer todo tan explícito, me dijo Francisco. Él no entiende que después me olvido; ahora me acuerdo. Cojiendo o trabajando es igual de ridículo, pero yo en el momento me olvido, porque también me ridiculizo con la cara de espasmo, y me compenetro con la función del cojer. No es malo esto. Hasta me lo imagino con ella; las cosas que se dicen y se hacen; cómo la mira y le toca el pelo con las mismas manos y la misma mirada que conmigo; la risa que guardan porque querían verse en pelotas hace bastante. Es gracioso; cuando está con ella no es tan ridículo como cuando está conmigo; es el efecto de lejanía, la salvación de la humanidad. Me excita.
Mañana va a morir otro y tampoco voy a aprenderme el nombre. Tendría que enumerarlos aunque es complicado porque son muchos y, después de todo, estaría nombrándolos lo mismo y yo sólo quiero a Francisco.
No sé si los demás notan cuando se tacha mi cabeza; yo trato de disimularlo, me da vergüenza. Si se ve tan rápido como yo lo siento, debe ser impresionante, entonces como no quiero matar a nadie de un susto, disimulo, hago de cuenta que estoy leyendo y creo que paso desapercibida. No sé si funciona.
El otro día, antes de encerrarse, Francisco se rió cuando le dije que la única pena en este lugar es estar presente; creo que se rió cinco minutos sin parar. ¡Estos tanos tenían cada cosa! Vos por miedo, me dijo, vas a terminar creyendo en Cristo. Bueno, le dije, no sería tan malo, pequé por instinto, tendrían que condenarme. Se rió de nuevo, fuerte. Dejá de robar, me gritó. Es que me olvido y no me doy cuenta de que ya lo dijeron. Me dio muchos besos y nos acostamos abrazándonos; me pegó con el codo, no puede no hacerlo, acá ya no cabemos.
Acaba de morir otro; tenía los ojos más claros de todo el lugar; dicen que fue a comprar jazmines y algo o alguien le sacó los ojos y se cayeron dentro del ramito y el tipo de las flores le sacó tres minutos de fotos con el celular. Esto estoy por olvidarlo.
Si le toco la puerta de nuevo se va a poner de malas; voy a hablarle:
-¿Francisco?
-Basta
-Hice milanesas
-No quiero salir, ¿entendés?
-Te las paso por debajo de la puerta
-Bueno.
(Me aceptó las milanesas; creo que mañana va a ser mejor).
-¿Te das cuenta de que actuás como cualquiera?
-Y sí, definitivamente. No tengo ganas de hacerlo distinto. ¿Tengo que abrir la puerta?
-No, podrías intentar morirte de muerte natural. Cerrar los ojos y olvidarte de respirar
-Es imposible, voy a querer respirar, te aseguro
-Hacé el intento
(Lo escucho, lo está intentando. Lo quiero).
-Uhm, no, no puedo. Está rica la milanesa.
No le sigo hablando porque me estoy por aburrir.
Tachar de nuevo, fogonazos, puedo contarlos, da treinta y uno. Ya son las doce y Francisco se va a olvidar de mi nombre. No, no me estoy muriendo, estoy fingiendo para que me olvide y una vez desmemoriado lo voy a mirar y va a ser como conocerlo de nuevo; él no va a saber qué tiene que mentirme y yo voy a ignorar lo que creerle, entonces  se habrá perdido el sentido y viéndolo lejano, sin conciencia de la lejanía, no quedará ni el ridículo. El también habrá muerto.
Ahí abrió la puerta.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

La cautiva da



No quiero ni debo engañarte. No necesito tu aplauso, no temo a tu abrazo, ni me hace falta tu dinero. Estoy más allá del oro y de la fama; más allá de esa fe que hácete creer sincera la caricia de tu hembra y la mano de tu amigo.
(Raúl Barón Biza, El derecho de matar).

-Horaciooooooooooooo
-¿Qué, viejita? ¿Qué le pasa?
-¿Cuántas veces va a levantarme el piso?
-Madre mía, no sabe lo que yo tengo en mente, y de saberlo noooooooooooooooooooooo me lo permitiría.
-Horacio, si no tuviera tantos hijos, y usté tantos hermanos, le prometo que le rompería la cara a golpes, pero el puño está cansado, y yo ya no soy la que era en España.
-Vieeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeejita, cómo te quiero
-Cállese la boca
-Si se calla el cantor, no le entran moscas
-¿Vos no te ibas a vivir a La boca? ¡Vamos, váyase de acá, ya está grande!
-No la voy a defraudar, vieeeeeeeeja.

Así es que Horacio se vio obligado a acudir a la guitarra. Cría cuervos y te sacarán los ojos, dice el dicho popular, pero la madre de Horacio tenía la mirada aviesa y jamás hubiese permitido estarse frente a ningún cuervo, así que una vez el producto hecho y deshecho, lo echó de la casa para que el Horacio cante.

-Che, mooooooooozo, sirva un trago más de tinto, yo tomo por único motivo, la mama me rajó
-Oiga, Horacio, que se está confundiendo de canción; usté no debería tomar por ninguna razón; apure el trago, que ya están agitando los muchachos del fondo; si no sale con buena cara lo van a terminar rajando de acá también. Usté nació para la guitarra.
-¿Quién se robó a mí mismo de las manos de mi vieja? Y yo que quería ser bailarín
-No joda, Guaraní
-No me siga el verso, que esto se torna inevitable, sólo soy un varón solo así que no pretenda domarme, que me aflojo y lloro.
-El vino triste
-¿Y se jue contento?
-No, que usté parece el personaje de ese tango
¿Cuál tango? No me embarulle, y tráigame un traguito más.

Horacio se puso a cantar con todo el vino en la guitarra, y los muchachos del fondo lo ovacionaron, y es sabido que cuando en el fondo las manos hacen ruido es porque la cosa funciona. “Como todas, la dicha tan merecida”[1], gritaba el cantor cuando una muchacha de unos diecisiete se subió al improvisado escenario:
-Yo soy teñida y villera –dijo la muchacha con voz apresurada
-Vueeeeeeeeeeeeeela, vuela bien alto, que no te alcancen
-Ese chamamé…
-¿Qué es eso? –interrumpió Horacio
-¿Cómo que qué es? Lo que estás cantando, viejo
-Chamamé, uhm, interesante –con gesto serio. Me acuerdo de la vieja…
-Espere, espere, no se ponga nostálgico –en el fondo, los muchachos inquietos empezaron a murmurar porque el recital se había visto interrumpido por la presencia de la señorita- Cierren el pico, bocas flojas, que esto es un asunto serio, me estoy enamorando del Horacio y ustedes quieren que siga dele que dele con la guitara; a una nunca la toman en serio, che, pelotudos –los muchachos quedaron en silencio.
-Qué juez le habrá condenado a usté, muchachita
-No sé qué decís, Horacio, pero estoy a punto de amarte. Llevame con vos.
Y no terminó de cantar la canción. Horacio agarró el poncho que estaba apoyado sobre la mesa –que prudentemente habían dejado a su lado sosteniendo un vaso- y agarrando a la villerita del brazo, pegó un golpe en la puerta que dejaba atrás a la ovación de su público fiel y al boliche que lo vio si no consagrarse, dar el pie al amor, que es más bien lo opuesto.

-Y…¿cómo te llamás, villerita?
-Me dicen Berta pero me llamo Beatriz y me apellido…
-…está bien, está bien, villerita, usté me va a acompañar y vamos a recuperarla; vamos a ir a mi finca; le voy a enseñar cuál es el derecho de matar, y finalmente vamos a deshacernos de los ocho cuarenta
-¿Qué decís? ¿Matar? No, no, yo no quiero matar; ¿qué ocho cuarenta?
-Si yo conozco tus desgracias, villerita. Si yo conozco todas sus desgracias.
Conocía sus desgracias, indefectiblemente. Se la llevó a vivir a Luján y ahí nomás empezó un amor que nadie podría negar si no fuese porque la historia va por un lado, y la sabiduría por el otro, pero a nosotros no nos importa cuánta sea la impostación de los sucesos porque tenemos una cosa clara: en el principio fue el verbo, que es lo mismo que la mentira.
Berta peinaba su pelo largo y color platino cada mañana; en silencio, porque el silencio la hacía verse cuidada y porque, no haría falta decirlo, Horacio gritaba desgarradoramente cada vocal que se le metía en la lengua
-Beaaaaaaatriiiiiiiiiiiiiiiiiz, cómooooooooo teeeee aaaaaaaaamoooooooo
-Yo también, querido, pero me gustaría poder salir un poco más; desde que me vine para acá, lo único que hago es peinarme y, de vez en cuando, tomarme una copita de licor
-¿Licor?
-Un poquito. De huevo, a veces de chocolate, y si no de durazno; el de durazno me gusta porque –Berta no terminó de decir porque Horacio le dio un cachetazo que se escuchó a lo lejos
-Te dije que iba a curarte y enseñarte a matar, pero no me estás dando tiempo, Beatricita, sos brava, y a mí me gusta la mujer tranquila. ¿Sabés cuántos hermanos éramos en casa?
-La puta que te parió, borracho de mierda
-Éramos catorce –decía Horacio compungido y agarrando fuerte el poncho.-Catorce, Beatricita, como para que la vieja no se sintiera agobiada
-Andá al psicólogo a curarte porque te voy a prender fuego el viñedo, viejo puto.
Y Horacio se puso a cantar que le gustaba el vino y la mujer cuando llora, y las malas señoras, y seguro que le gustaban muchas cosas más, pero Berta le agarró la guitarra, la puso en posición de aplaste, y cuando le miró los ojos a Horacio le retrucó amenazante:
-¿Conque las malas señoras? Te voy a dar malas señoras
-No, no, mi villerita, no me aplastés la guitarra, que tengo que ir a trabajar –lloraba desesperado mientras se tocaba el poncho nerviosamente.
-¿Qué no te la aplaste? Me volvés a poner una mano encima y
Horacio estalló en llanto:
-MAMÁ, QUIERO A MI MAMÁ. MAAAAAAAAAAAAAAMAAAAAAAAAAAAAA.
-¿Qué? Te rompo la guitarra –insistió, con tono de mujer amenazando (ese tono que sólo puede poner una mujer que dice algo que va a hacer sin que la causa sea noble del efecto)
-MAMITA QUERIDA, DÓNDE ESTÁ MI MAMITA QUERIDA
Berta largó la guitarra y lo abrazó. Le envolvió los brazos en el poncho y lo puso a dormir.
-Viejo loco –se decía a sí misma y agarró la guitarra y se la escondió en el tanque de agua-. Éste no me agarra más a mí; si quiere chicha, va a tener limonada.
Al día siguiente Horacio se levantó con los ojos hinchados y llamó a Berta
-Beeaaaatriiiiiiiiiiiiiiiiiiz, tráigale un mate a su marido
No hubo respuesta.
-Beeaaaatriiiiiiiiiiiiiiiiiiz, que le voy a componer una canción hablando de su pelo rubio, y de que me hace feliz, y de que te salvé, m’hijita, te salvé.
Ninguna respuesta.
Pasaron cuarenta y cinco minutos, y al ver que Berta no venía con el mate, Horacio se levantó de la cama y atendió el teléfono, que acababa de sonar
-Hola, buenos días, ¿el señor Guaraní?
-A sus órdenes
-Lo llamamos de acá, de Santa Fe
-¿Quiénes me llaman?
-Nosotros
-¿Quiénes?
-Disculpe. Lo llamo
¿Quién?
-Mi nombre es Adalberto Pedregoni de
-…no importa, no importa, diga
-Que su madre murió y necesitamos establecer con alguien de la familia el color del cajón y la madera, puesto que sus trece hermanos mandaron llamarlo porque ellos no tienen el dinero suficiente para pagar el roble, pero quieren que sea de roble, y están seguros de que usted podrá ayudarlos, y en caso contrario, decirme qué hacer con su madre porque lleva muerta más de dos semanas
-¿Dos semanas? ¿Mi mamita? ¿Dónde la metieron?
-Está en la habitación de uno de sus hermanos, que se queja porque su madre está entrando en la putrefacción, y expide un olor poco sensual para la habitación de un hombre de edad poco madura.
-Tráigamela a casa
-¿Dónde vive usted, don Horacio?
-En Luján, provincia de Buenos Aires, finca Pelos Verdes, Poncho Inflado, al lado del caballo blanco.
-Eso es muy lejos. Espere que consulto
(El señor de la funeraria tardó siete minutos; minutos en los que Horacio pensó en muchas cosas, además de la canción que le quería escribir a la madre).
-Listo; mañana la tiene ahí. No le podemos…-se vio interrumpido
-Escúcheme una cosa, Adalberto, ¿por qué habla en plural?
-…
-No le puedo asegurar la hora en la que estaremos tocándole la puerta, pero estése atento. ¿Me dijo al lado del caballo blanco?
-El mismo.
-Perfecto, don Horacio. Será hasta mañana.
Horacio se puso contento porque iba a ver a la madre después de aquél momento horrible en que ella lo echó de la casa.
Con el poncho lleno de alegría, buscó la guitarra para componerle unos versos a su madre muerta pero se dio cuenta de que no estaba la guitarra y se acordó de Berta, y enfureció.
-Prostituta tenía que ser. Mamá lo dijo siempre, el que se acuesta con putas amanece mojado.
Las historias de amor también se diferencian de la sabiduría; y Horacio ignoraba la parte fundamental de la historia, que Berta jamás escuchó su chamamé íntegramente. Berta, con el amor de toda su ansiedad, nunca terminó de escuchar que la canción con la que ella se sintió impelida le coreaba a una prostituta. Horacio ignoró siempre que ella no fuera prostituta. Así las cosas, una historia de amor se vio rota por la mano invisible de…los hechos concretos. Será que uno más uno siempre deba ser más de dos.
Nuestro cantor masticó bronca hasta que se le prendió la lamparita. Si la bofetada se había escuchado a lo lejos, sería posible que el caballo blanco se hubiese escapado con Berta o sin ella; eso implicaba que el caballo era sensible a los ruidos, que Berta había huido cabalgando, y que, si se quedaba sin Berta de ese modo, tal vez se quedara sin la madre dado que el señor de la funeraria nunca encontraría la finca. Y no sabemos si el caballo fue sensible a los aplausos, pero nos imaginamos las otras dos opciones.
Sin Berta y sin la madre (al mediodía del día en que llegaría la madre de Horacio, llamó Adalberto y pidió más referencias, pero el cantor no supo dárselas; la madre muerta no llegó a destino) Horacio se sintió desolado y quiso tomar un vasito de vino para paliar las torpezas pasadas, la tristeza presente y la canción futura.
Tomó varios vasos de vino y pensó en hacer algo que nunca había hecho: colgarse del tanque de agua para cantarle sus penas a la virgen santa (claro, ustedes me van a decir que es obvio lo que va a pasar, pero a mí me molesta mucho la palabra obvio, obviamente y todas las que de ella se deriven conceptual o morfológicamente. Horacio no encontró la guitarra, porque Berta escondió la guitarra en el tanque pero luego, arrepentida de lo hecho y decidida a escaparse, se la dejó tirada sobre el pasto junto a una carta que decía “tacos de engaño te voy a dar”, palabras que nuestro hombre nunca leyó). Y procedió; subió al tanque y flameando el poncho le gritó una a capella a María, madre de uno, esposa de quién sabe qué cosa.
Terminó la botella, se colocó el poncho y se tiró al tanque donde se ahogó quedando en su rostro pegado un gesto de indecisión y varón, que cuando hallaron su cuerpo hicieron notar las portadas de todos los diarios.
Sus viejos amigos del boliche de La Boca al ver las necrológicas hicieron un brindis en su honor. Llamativamente, nada se supo de la madre de Horacio (los rumores santafesinos hacen saber que la depositaron en un pozo cerca de las Islas Malvinas, monumento que se yergue –en realidad se hunde, deben ir a verlo- en una ciudad alejada del pueblo del que ella era oriunda, pero que es muy visitado por los turistas luego de deleitarse con el monumento a la Bandera. No puede confirmarse porque tiene mucho de anecdótico y no es prudente decir a raja tabla que la muerta yace allí). Luego del brindis, siguieron cantando, porque nadie quiere que se calle el cantor.
Berta fue encontrada con Brian, un señor de origen dudoso y lengua capciosa, en piso pampeano, y dicen que feliz y morocha.
Muchos lloraron la muerte de Horacio, porque en el final también es el verbo.














[1] “La villerita”, Heráclito Catalín Rodríguez, vaya nombre el de Horacio Guaraní, compositor  de la misma. Si el lector duda de su mujer, consulte la letra, o en todo caso, nunca deje una canción a medio camino. El destino no se empecina.

viernes, 14 de octubre de 2011

Rosas de Paestum



Se le caían los pickles de la mano como un nene torpe, que con poca insistencia los agarraba de la mesa y se los llevaba a la boca con cara de dolor.
Nos habíamos querido sin duda, pero ahora todo se trataba de cerrar el caso; como un robo familiar o un manoseo a mediodía, nos estábamos encontrando para hacer un amor y demostrarnos el desdén, y verlo tirar los pickles y emborracharse. El caso estaba cerrado pero fuimos redundantes.
Esa ficción de ser otro me molestó; no se lo dije de pura cortesía y porque nos quisimos sin duda, y porque la ficción en los bares se torna medianamente pintoresca.
En cualquier bar, dos cuerpos que se habían pegoteado entre sémenes y roces se encontraban frente a un vaso de cerveza y una bebida tan estúpida como el margarita. El mozo trajo una servilletita blanca y la tiró despacio contra la madera, y sin esperar la aprobación dijo que si necesitaba algo, avisara. No necesitaba nada. Sería el tercer margarita de su vida y del cual no conocía peculiaridades ni su real sabor. Era ridículo esperar la asistencia de un mozo porque su ignorancia respecto de lo que se llevaba a la boca era completa y casi siniestra.
Dos cuerpos que tras mi último trago se pararon y se metieron en una pieza, se tocaron y se durmieron. Los mismos cuerpos, las mismas mañas de cama, los mismos roces en el sexo, sólo que ahora diferentes.
Como un tic que se avecina en el rostro por el paso del tiempo, éramos dos imbéciles tratando de presentar un telegrama de renuncia. Esas burocracias escuetas, que nos fastidian pero ejecutamos con la parsimonia y aceptación de cualquier buen empleado. Los pasajes previos a un salto que se sabe dado pero del que postergamos el grito por miedo al miedo, o al desenfreno, o al gusto del golpe en la cara.
No teníamos que tener piedad ni pena era la consigna implícita, pero en secreto, las tuve.
Me apenó su ebriedad insuficiente y sus manos que buscaban sin querer enterarse; y me apenaron ese grupo de caricias disueltas en dos lenguas chocándose y las risas que nos dimos. Y me apenó saberlo muerto. Porque lo maté.
Cuando eyaculamos le besé los dedos y esperé a que se duerma. De mi bolso saqué la cuchilla de cortar carne y le abrí el estómago en dos mitades, más o menos mitades. Guardé las entrañas debajo del colchón y el corazón, que se lo corté en pedacitos y lo tiré en el inodoro, fue una nostalgia que casi me hace quebrar.
Lo cosí. Agarré la billetera del bolsillo de su pantalón tirado en el piso. Lo vestí, estaba tan hermoso como al principio de la velada. Conté la plata y lo cargué en mis hombros.
La señorita de la ventanilla no preguntó pero pensó que mi novio estaba exhausto (tantas caras que salen muertas de hacer el amor, una más y más muerta, le sería indetectable; algunas entran muertas, y eso ya es costumbre para la señorita del hotel, de la ventanilla, seguramente) y con los ojos pegados al monitor me dijo y pagué ciento cuarenta y cinco pesos; agarré un caramelito de esos que ponen frente a la ventanilla de la tesorería para que uno salga a la calle con gusto a infancia y no a pija.
Me costó trasladarnos hasta la esquina porque él es alto y yo no soy alta. Pude. Lo tiré al río en plena mañana. Hice lo posible porque me vieran, pero todos optaron por seguir con su tarea matutina de impedir que el traje se arrugue o las polleras se plieguen a una hora no indicada.
Pensándolo, es inevitable que en unos días venga la policía y yo tenga que relatar todo de nuevo; voy a tener que confesarles que en uno o dos sentidos, cuando el amor muere se trasluce en la mirada.

martes, 11 de octubre de 2011

Los Infradotados




Diálogo de los superdotados

Lunes

-vas a venir?
-eh?
-qué si vas a venir!
-a dónde?
-bajan una contienda de duendes. es en vivo. en Palermo; al lado del planetario.
-justo ahí? pudieron elegir un lugar menos significativo. además, duendes?
-sí, duendes. de qué te sorprendés? el otro día trajeron libros. uno de un tal Serbelli, Sebrelli, Sberelli…la verdad es que no me acuerdo, lo único que sé es que critica a Evita por eso de usar tapados vistosos y fomentar el matrimonio…
-ah, sí. una mierda de libro, la tapa parece imitación de un programa del pelotudo de Pergolini
-y ese quién es? me suena; ví una película de él, Teorema, puede ser?
-NO, ese es Pasolini; sos bruta como la peste; peor que…bueno, pará, ¿y? entregaron más libros?
-ah, eso. yo me agarré además del de Starteli, uno de Marx.
-ah, eso debe estar bueno; cuál? son ediciones copadas o  están insoportables?
-mirá, es la correspondencia del tipo; en una carta se cuenta que para ganar guita no sé quién, pensó en limpiar las iglesias de la comarca. qué se yo la edición; es lo mismo, se lee y punto
-y del obrero? dice algo?
-y…mirá, un amigo le dice como que todo va a ir bien y la cotización está en alto y le cuenta que fue a Filadelfia y le pidieron que escriba su autobiografía. lo mejor son las fotos; tenía el bigote pintado el hijo de puta; nunca me había dado cuenta en sus películas
-pero de quién carajos hablás?
-de Groucho Marx, pedazo de alienado!
-calmáte un poco porque te voy a meter una trompada que vas a quedar tirada mirando pajaritos; me chupa las pelotas eso. y los duendes de dónde los traen?
-de estados unidos
-che..qué raro todo eso. duendes? habrás visto bien la nota?
-me llegó una invitación ; venís o no?
-no, tengo que hacer. además siempre le tuve miedo a los duendes.

Lunes

-y? cómo fue eso de la llegada de los duendes? hicieron shows o algo?
-no; al final nos comimos un fiasco de aquellos. esperábamos todos ansiosos; repartieron chocolatada y hamburguesas así se hacía menos tediosa la espera; pero de pronto empieza a hablar un tipo por el megáfono pidiendo perdón; se habían confundido; la contienda de enanos yanquis bajaba en México y para este lado traían un container en buque con gigantes; los tipos dijeron que el espectáculo era igual de prometedor y que esos tipos medían de tres metros a ciento cincuenta, pero que íbamos a tener que movernos para Puerto Madero. así que imagináte la bronca!
-bueh, después de todo…-no, no; las bolas. si eran duendes eran duendes; los medios desvirtúan la información al máximo; como si uno tuviese tiempo para perder.
-pero vieron a los gigantes?
-obvio! ya estábamos ahí. nos metieron en colectivos escolares y fue incómodo; noventa tipos pegoteándote y hablando de política.
-y? los gigantes? eran re-deformes, no?
-sí; un desastre; pobre gente; no sé cómo pueden vivir con esos cuerpos
-pf; será genético o cultural?
-yo creo que es una mezcla
-hablaban?
-y, no sé, hacían sonidos guturales y se escuchaba por todos lados; como los ruidos de las ballenas; gravísimo! te daban impresión. una nenita se puso a llorar hasta que el padre le hizo upa y le pellizcó el brazo
-y ahí les dieron algo?
-sí; volantes. dijeron que ahí teníamos toda la información para tratar con gigantes
-bueh…


Lunes


-qué calor hace hoy
-es impresionante
-mortal
-está lindo para estar afuera
-hace mucho que no te dejan salir?
-sólo a esta parte puedo; al parque no me dejan por lo de la última vez
-yo cuando vine ya funcionaba mejor pero parece que eran más severos
-maso; antes de la última vez, casi…a ver, dejame pensar…la última vez fue hace un mes, la anterior hace 5 años
-ah, eso está bien
-sí. todo funciona más o menos mal; a veces se portan mejor pero mayormente ignoran
-qué calor
-mortal



Lunes

-no te conté lo que pasó la semana pasada
-no
-fue inesperado
-me imagino
-cuando abren la puerta de la habitación a Marel le temblaba el dedo sin parar y entonces hicimos una ronda para acompañarlo mientras se le movía el dedo sin parar y Annel se reía que no te podés imaginar hasta que vino LG y nos callamos todos
-y por qué se le movía el dedo?
-parece que desvirtuó la información de la semana pasada y viste cómo funciona esto
-más o menos mal funciona
-creí que me moría de risa
-si pudiera salir, me colgaría del manzano y mordería esa manzana hasta hacerla sangrar
-cuál?
-la más redondita; es como si nos llamara
-te la traigo?
-no; ya voy a sangrarla. todo a su debido momento
-quién quiere esperar en situaciones como estas? uno se presenta informe ante cualquier cronología
-cuando te ponés metafórico parecés idiota
-te voy a dar…-si, y voy a ver pajaritos
-peor! aves de rapiña; gordas y fuertes aves
-cómo comerán las aves de rapiña?
-esa pregunta es estúpida; está mal dirigida. tendrías que preguntar algo más preciso para que nadie pueda evadirte
-la carne fresca de pudrición
-mi bisabuela viajó a Buenos Aires para morir; murió con las piernas torcidas y así toda doblada, se la llevaron a Entre Ríos
-y vos creés que se va a vengar desde allá?
-allá no hay nada. hay la carne fresca
-de la pudrición
-cuando continuás mis frases siento como si me conocieras y te amo
-es que sos tan imitador que me convierto en amable y vos mi enamorado
-ahora vas a decir que te imito
-no; en realidad no existe la imitación; la representación de la representación es triple presentación y no vamos a meter la moral
-qué frío
-mortal



Martes


-cuando me trepe al árbol voy a traerte una de ésas
-está bien
-y vas a poder olerla y vas a estar contento
-sí
-voy a romper la ventana y voy a hacer sangrar la manzana, como si se acabaran los días de medicación y ya no somos más
-no
-desde que no quieren que hablemos rotaron los días; a alguno de los dos tenían que cambiarnos el día de dosis
-sí
-mirá como bailo; una patita para allá, levanto la otra; y las manos flotan y se dejan llevar ensimismadas como si mi cuerpo no pesara más y como haciendo de cuenta que ya no existo; se desprenden los brazos mezclándose con la moléculas; lo invisible se traslada, pierde espontaneidad, busca el encuentro y se choca con una mano que baja y acaricia los pelos y pellizca. tiro la cabeza para atrás, doy vueltas alrededor de vos, un beso en una mejilla y saltito, otro beso en la mejilla izquierda y saltito y suavemente dejo caer con peso mi cabeza entre tus piernas y me quedo dormida mientras me acariciás
-sí
-¡Amor mío! He sistematizado el hurto; en cada pintura puedo deformar y me vas a creer una bella artista. Si te murieras sería feliz y si vivieras sería feliz, y me divertiría si sufrieras como ahora y si no sufrieras lo mismo,  y voy a robar esa manzana y vamos a ser felices, informes o temporales-el tiempo amor mío, el tiempo- con la sombra que se agache debajo de tus pies para lamerte esas grietas y aún así saber que informes o temporales y con la sombra debajo de tus grietas, vaya yo a lamer esos pies suaves agachada, debajo de la sombra y no me encuentres
-qué calor
-Y te voy a tirar agua para que no tengas calor, y hacer de cuenta que te ahogues y me ría como un hurto bien hecho, como un echar mal intencionado de esas aguas que bajen por tu cuerpo mojando el suelo hasta que beba de a sorbitos la mezcla de tu piel y mientras acongojada de risa vuelvas
-sí
Lunes, Miércoles, Jueves, Viernes, Sábado, Domingo

Ella rompió la ventana e hizo sangrar eso.